MIGUEL JIMÉNEZ Valencia Una ópera, un partido de fútbol, un concierto, no sólo son grandes por quienes pueblan sus primeras filas, por quienes aplauden desde palcos y tribunas, por quienes lanzan flores, agitan banderas o alzan las linternas de sus móviles desde la platea. La emoción que recorre los asientos, la pasión que retumba en las gradas y la intensidad que levanta a la gente de sus butacas sólo es posible, sólo suscita la magia cuando se extiende desde la fila más baja hasta la más alta, desde la primera a la última, desde la última hasta la primera, todas tanto o más importantes unas con respecto a las otras porque el calor, el fragor, sólo brotan cuando salta la chispa, sí, pero sobre todo cuando esa chispa prende y se extiende en su totalidad, hasta el último rincón, en una comunión que jamás es casual, en una identificación imposible de dominar, general, total. |