Viendo al Invisible

Lee Salmos 25.14-16

Por cuarenta años permaneció en el desierto de Madián. Durante ese tiempo de aislamiento, de soledad y de espera, Moisés se sostuvo como viendo al Invisible. No perdió su confianza, no decayó en su esperanza, porque se sostuvo como viendo al Invisible.

Perseveró como si hubiera estado viendo al Invisible. Nos encontramos aquí ante una de las grandes paradojas que aparecen en la Biblia: “viendo al Invisible”. Mirando, fijando su mirada en Aquel cuya figura, gloria y majestad está fuera del alcance de nuestro órgano visual.

Quizás alguno diga: “Lo invisible no se puede ver, y si se ve ya no es más invisible”. Pero de Moisés se nos dice que se sostuvo porque tenía la mirada fija en el Invisible.

Ver está relacionado con los sentidos físicos, mirar se refiere a las ideas, a la imaginación, a los sentimientos, a la fe. La vista representa un atributo y una función; la mirada es más bien una revelación del espíritu. Ven los ojos, mira el alma. El animal ve, el ser humano mira.

El sentido de la vista que llamamos ojo es limitado. Solo alcanza una extensión relativamente corta. Pero nadie puede negar que el ser humano posee la facultad de fijar su mirada en seres, objetos, situaciones y cosas que se encuentra fuera del alcance de su vista física. Podemos mirar con el alma y hacerlo de manera casi ilimitada.

Una señora observaba un cuadro en una exposición de pinturas y se volvió al pintor y le dijo: “Yo no veo en la naturaleza esas bellezas que usted pinta en sus cuadros”. El pintor le respondió: “Realmente lo siento. Yo sí las veo y me deleito en contemplarlas”.

Del mismo modo que el ojo del artista tiene una capacidad especial para observar las bellezas de la naturaleza, el ojo de la mente iluminada por el Espíritu Santo tiene una virtud espiritual especial para contemplar al invisible y deleitarse en las glorias inmarcesibles del siglo venidero.

Reflexión:

Mi fortaleza está en el Dios invisible.