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Bendita insistencia

Lee Marcos 16.14-16

Era un domingo por la tarde. Hacía frío. El viento soplaba fuerte y había comenzado a lloviznar. El niño le recordó a su padre que era tiempo para salir a repartir los tratados evangelísticos como lo hacían cada semana.

—Estoy listo, papá —dijo el niño.

—¿Listo? ¿Para qué? —le respondió el padre.

—Para repartir nuestros tratados —afirmó el muchacho.

—Hijo mío, no voy a ir. ¡Mira como está el tiempo!

—Papá, ¿puedo ir yo solo? —preguntó el hijo—. Las personas están marchando hacia el infierno aun en los días fríos.

—Está bien —respondió el padre—. Pero ten cuidado.

—Gracias —dijo el muchacho con alegría y salió.

Debajo de la persistente lluvia caminó por las calles, puerta por puerta, repartiendo su precioso tesoro de vida eterna. Finalmente solo le quedaba un tratado evangelístico. Se acercó a la puerta de una casa y tocó el timbre. No hubo respuesta. Iba a marcharse, pero insistió fuertemente en tocar el timbre. Caminó unos pasos para alejarse, pero sintió que debía insistir. Con sus nudillos tocó y tocó a la puerta sin cansancio. Por fin la puerta se abrió. Apareció una señora con mirada triste.

—¿Qué quieres? —le preguntó la mujer.

—Señora, siento molestarla, pero solo quiero decirle que Jesucristo realmente la ama y darle este último tratado que me queda y que habla del amor de Jesús.

El niño le dio la hoja impresa y se fue.

El próximo domingo, en el culto de la iglesia, el pastor pidió que si alguien tenía un testimonio que dar que lo hiciera.

Desde la última fila del templo se escuchó la voz de una mujer. Ella se puso de pie y comenzó a hablar:

«En esta iglesia nadie me conoce. Es más, antes del domingo pasado no había aceptado a Cristo como mi Salvador.

»El domingo pasado fue un día frío y lluvioso. Estaba muy sola recordando la muerte de mi esposo. Tome una silla y una soga. Fije la soga a una de las vigas de mi casa, me paré sobre la silla y me puse la soga alrededor del cuello, lista para quitarme la vida. Fue entonces que comenzó a sonar el timbre de la puerta. Espere, pensando que la persona que llamaba finalmente se iría y me dejaría acabar con mi vida. Pero el inoportuno visitante seguía y seguía tocando a mi puerta con más fuerza.

»Cuando abrí la puerta me encontré con este muchacho (señalando al jovencito sentado en la primera fila de la iglesia). Él me dijo: “Señora, solo quiero decirle que Jesucristo realmente la ama y darle este último tratado que me queda y que habla del amor de Jesús”.

»Al desaparecer el joven en medio del frío y la lluvia, cerré mi puerta y leí con avidez cada palabra del tratado. Allí mismo el Espíritu Santo quebrantó mi corazón y acepté a Cristo. Corrí a quitar la soga y la silla. Gracias a Dios que este muchacho llegó justo a tiempo para rescatar mi vida del infierno».

Reflexión:

Recuerda que el mensaje redentor de Dios en Cristo Jesús puede ser una necesidad urgente, hoy mismo, para alguien que esta cerca de ti.


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