Ni oculto ni insensibleLee Hechos 17.26-28 El Eterno Dios, en la plenitud de su gloria y majestad, permanece invisible al sentido visual físico del ser humano. Pero no permanece oculto, inactivo e insensible a tus anhelos y necesidades. El Dios invisible se ha manifestado de muchas maneras, dándote a conocer sus atributos naturales y morales, su naturaleza y su carácter. Las obras de la creación, los milagros hechos por Dios a través de los siglos, los juicios de Dios que se han ejecutado sobre las familias y los pueblos, la enseñanza de Dios por medio de los profetas, la vida de Jesucristo sobre la tierra, constituyen aspectos que te muestran al Dios cuya gloria y majestad no puedes contemplar con los ojos físicos mientras te encuentres ligado a tu actual naturaleza. El Dios físicamente invisible se hizo visible en la persona de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. El Dios invisible ha hablado de diversas maneras y finalmente lo ha hecho por su Hijo. De modo que el Dios invisible no ha permanecido escondido ni silencioso para que ignores su existencia, su realidad, su naturaleza, sus atributos, su carácter. En aquellos cuarenta años de aislamiento, soledad y espera que Moisés pasó, se sostuvo como viendo al Invisible. ¿Que capacitó a Moisés para vivir con la mirada fija en el Invisible? Fue la fe. Solo la fe. La fe no es ciega. Es el poder de ver lo que el sentido de la vista física es incapaz de ver. Moisés se sostuvo como viendo al Invisible. Moisés, con el ojo de la fe vio al Dios que es invisible al ojo físico. El Altísimo se hizo real para Moisés. Tan real que el pecado, las riquezas y los placeres de este mundo tuvieron su verdadero color y proporciones. La fe es el valor conveniente para evaluar las cosas. Las cosas temporales son vistas a la luz de lo eterno. Con el ojo de la fe los héroes del capítulo 11 de Hebreos buscaban una ciudad eterna: La Nueva Jerusalén que descenderá del cielo. Del mismo modo, Enoc contempló al Invisible por 300 años y caminó con Dios hasta que el Eterno lo llevó al cielo sin ver muerte. Fue el mirar al Invisible lo que sostuvo a Noé en los largos años que dedicó para construir el arca, mientras que los incrédulos que lo rodeaban se burlaban de él. Fue en su mirar al Invisible que Abraham se sostuvo en su peregrinar desde Ur de los caldeos hasta la cueva de Macpela donde fue sepultado su cuerpo. Tú y yo necesitamos como Moisés, Abraham, Enoc y todos ellos, levantar constantemente nuestros ojos espirituales a Dios y contemplarle en la hermosura de su gracia, de su majestad, de su poder, para perseverar en la carrera ascendente que nos conduce al reino eterno, el reino de paz y de gloria; el reino que esperamos de felicidad y vida eterna. Amén. Reflexión: Levantaré mis ojos para contemplar la hermosura del Invisible. |