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| Cuando en 1914 Amadeo Vives asume la dirección artística del nuevo Teatro de la Zarzuela, que había sido reconstruido tras el incendio de 1909, se proyecta el estreno de la nueva obra del compositor catalán, Maruxa, una trabajo excepcional en su producción musical, una égloga sin partes habladas. Su triunfo fue clamoroso y, a partir de ahí, recorrió todos los escenarios de España e, incluso, llegó a Nueva York en 1919 (como ocurrió con El Gato Montés al año siguiente). En esta producción su director de escena, Paco Azorín, parte de los versos de Rosalía de Castro: … Las grandes dichas de la tierra tienen siempre por término grandes catástrofes. Según Azorín, «Maruxa es un canto a Galicia, Maruxa es Galicia». Nos encontramos pues entre el mundo pasado de las églogas y el presente de las tragedias medioambientales, que discurren en paralelo, con la mano del hombre siempre presente, para lo bueno y para lo malo. Las acciones de los más poderosos afectan a la gente del pueblo que por lo general intenta vivir en armonía con la Naturaleza, al mismo tiempo que la música encamina la atribulada historia de amor de dos sencillos jóvenes que avanza por el escenario como algo creíble en un pasado próximo que podemos reconocer. Todo es ficción, pero no hace más que recrear lo que viene ocurriendo en esa tierra a lo largo de los años, nada diferente a lo que ocurre una y otra vez en muchos rincones del mundo. | ||||||||||||||
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